Nunca como ahora

Muchas parejas salen a las calles, donde sumergidos en un amor infinito facultan a su inconsciente espontáneo para exponer lo más sincero, dulce y tierno de sus sentimientos. Hay quienes prefieren no deliberar en la toma de acciones en base a conductas aprendidas de formatos pre juiciosos y muy limitados, sin embargo, el que una persona no sea expresiva en una determinada etapa de su vida no implica que vaya a tener el mismo comportamiento por el resto de su vida. Quizás más adelante, cuando le echemos una mirada a todo nuestro recorrido nos demos cuenta que podemos llegar a ser tan diversos en nuestro comportamiento.

A los 15 años solía salir con un niño de mi edad. Caminábamos con un metro de distancia, unos centímetros más unos menos, sin exagerar. Como cualquier otra niña educada bajo los prejuicios de la formación tradicional propia de una familia conservadora tenía miedo de ser vista por algún familiar y mucho menos agarrados de la mano. Lo dejé de ver, pero mi memoria fue muy amable con mi corazón y guardó recuerdos vivos: la imagen de su rostro y la sensación del primer roce de nuestros labios, por unos 3 años, hasta que la pregunta sobre qué haré por el resto de mi vida me tiró al suelo.

Después de los 15 quise salir a interactuar con más personas de mi edad, y no encontré mejor lugar que la comunidad religiosa de jóvenes, a la cual ya asistía, pero esta vez con más fuerza y más dinámica social. Ahí empezó mi etapa de adolescente rebelde, de novicia rebelde.

En un paseo conocí a dos chicos, uno alto y el otro bajo, ambos con los músculos bien marcados. Los chicos de mi edad no eran tan musculosos, eran flacos. Recuerdo que me parecía interesante el más bajo, tenía algo que me llamaba la atención, sin embargo por cosas de la vida él terminó dándole un beso a mi amiga en una visita a mi casa. Ese día, su amigo quien era más alto, me mandaba indirectas sobre sus sentimientos hacia mí, todos decían que era el chico perfecto, que me amaba, que lloraba mi indiferencia y que hacía un montón de cosas que yo no valoraba; así fue que esa noche tuve mi primer enamorado oficial. Pero solo bastó unos meses para que se aburriera de mí y me terminara. Su final fue todo un drama. A mis 16 años no sabía qué decirle a un enamorado, por eso el 98% de la relación lo trataba como un amigo.

A los 17 estuve con un chico al poco tiempo de conocerlo, antes de ello siempre pensé que necesitaría mas de 3 o 4 meses para empezar una relación de enamorados, pero no. Como enamorada era muy pausada, muy ausente, con muchas cosas en la cabeza, en esa etapa me empezaba a conocer, era soñadora, muy ilusa, muy voluble, era todo eso y no lo sabía, mucho tiempo después lo empecé a sospechar, cuando ya habíamos terminado, cuando ya había olvidado la idea de ser misionera, cuando dejé de hacer lo que el resto quería que haga, cuando empecé a pensar por mí. Unos 6 años después.

Pasaron 2 a 3 años en los que vivía colgada de una cuerda con 3 momentos para saltar, mi primer momento era medicina, lo que seguía era ser religiosa y el tercero era algo incierto. Vivía estresada, me era difícil hablar, pensar en una relación de enamorados, eran temas vacíos con todo lo que vivía; sin embargo, mi inestabilidad me llevo a una nueva relación. Necesitaba alguien que me diga qué hacer, necesitaba a mis papás cerca pero solo encontré a un lindo chico, fue una relación ‘muy larga’, hecha sobre una base de inestabilidad, de confusión, de necesidad de amor. El tiempo me dio la posibilidad de observar la mismas actitudes de ‘enamorada’ que afectaron cada relación que había tenido a la fecha, las que volví a repetir, y poco después explicar. Aprendí de él, conocí mucho de mí.

Cada experiencia me hizo pensar que no soy expresiva, la última  me definió como una chica realmente fría y nada cariñosa. Pensé que era mi forma de expresarme y quien me quisiera comprendería y amaría mi forma de ser; sin embargo, un intercambio de miradas me dijo ‘no, estás equivocada’; una agarrada de manos, un roce de piel me dijo ‘no, porque expresas con el cuerpo’; una sonrisa concluyó ‘no, porque tú expresas con el alma’; y una noche unos labios gauchos me dijeron ‘son un par de palabras lo que no encontras para decir lo que sentis, y si callas, es por miedo, porque no es la persona indicada y es un boludo’. Tenía que venir alguien de afuera para recién yo comprender que las cosas no eran así.

Pasan los días y es inevitable ir a dormir sin recordar a ese lindo gaucho. Ahora estoy contenta y agradecida, me descubrí espontánea, con una conducta muy expresiva y prometedora.

Mientras reviso mis experiencias me doy cuenta que no he cambiado tanto, aún voy dando sí’s postergados, y en ocasiones como estas realmente merezco una buena gritada, y es que jamás en mi vida había agarrado tanta confianza con un chico en tan poco tiempo, ni en mi segunda relación fue tan rápido. Jamás había sentido tanta unidad con otra persona. Jamás había sentido tanta ligereza al estar de la mano con alguien. Jamás había sentido tanta comodidad con un chico. Nunca como ahora.